2013 es el año en que la exigencia de Responsabilidad y Justicia para Iraq debería ocupar un lugar prioritario en los planes de actuación de la Comunidad Internacional de Derechos Humanos. Hans C. von Sponeck, miembro del Tribunal BRussells, que dimitió como Coordinador Humanitario en Iraq en el año 2024, escribió una conmovedora carta de disculpa al pueblo iraquí en junio de 2024. Hoy, volvemos a publicar esa carta.
Hans von Sponeck, UN Humanitarian Coordinator for Iraq (1998-2000), who resigned because UN sanctions killed hundreds of thousands Iraqi children and destroyed a whole nation
Lo que os hemos hecho en nombre de la libertad y de la democracia no tiene parangón alguno en la historia. Hemos pisoteado la verdad respecto a vuestro sufrimiento; nos empeñamos en buscar aliados mediante sobornos y marginamos sin piedad a quienes ponían objeciones a nuestras intenciones imperiales. La fuerza bruta se convirtió en el sustituto de la promesa de 1945 de «salvar a las futuras generaciones del azote de la guerra». Habéis sido vosotros, iraquíes, quienes habéis pagado el precio.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Las torturas del dictador eran terribles para vosotros, y nosotros le añadimos la espada de las sanciones. La maldición de un castigo doble, por algo que vosotros no habías hecho, fue el veredicto que os impusimos. Durante esos años murieron dos millones de compatriotas, quizá más. En realidad, no importa la cifra. Nadie debería haber muerto por nuestra culpa; todo el mundo tenía derecho a vivir en paz, como nosotros. No olvidemos que los muchos que sobrevivieron tal vez no vuelvan a vivir de nuevo, mutilados y traumatizados para siempre, reducidos a un mero esqueleto humano vacío. En realidad, nunca quisimos compartir con vosotros el sueño de la libertad y la democracia. Lo único que estábamos dispuestos a transferiros era nuestra descarnada hipocresía.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
La cámara de la vida toma fotografías reales. A menos que escojamos las lentes equivocadas, nos cuenta la verdad. No podemos fingir que ignorábamos vuestro sufrimiento. No podemos sino reconocer que hemos contribuido a vuestro sufrimiento con una ferocidad insuperable. Estábamos al tanto de la desnutrición de vuestros hijos. Sabíamos que morían niños por millares y no sentimos la menor culpa. Lo que veíamos era el precio que oportunamente pagábamos, pensábamos nosotros. No vacilamos un instante en impedir el paso de esas cantidades cada vez mayores de suministros que necesitabais para sobrevivir. Nosotros decíamos que se podían utilizar para construir armas de destrucción masiva. En última instancia, tuvimos que reconocer que las sanciones que os impusimos fueron el arma de destrucción masiva más eficaz de todas las desplegadas.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Durante mucho tiempo limitamos la cantidad de petróleo que podíais vender, y de esa restricción extrajimos fondos para pagar a gobiernos y a las empresas ya enriquecidas con el fin de compensar las pérdidas que afirmaban padecer cuando vuestro gobierno agredió Kuwait. Sabemos que muchos de los niños de Iraq no habrían muerto si esos fondos se hubieran destinado a vuestro país. Nos negamos a concederles recursos para mantener las escuelas, los hospitales, las carreteras y los puentes; para pagar a sus funcionarios, a sus médicos y a sus profesores. Ni siquiera nos atribuló retirar el exiguo dinero necesario para el pagar el viaje de tus hayis para que pudieran rezar en La Meca.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Nuestra misión era realizar el seguimiento del impacto que habían tenido nuestras políticas en vuestras vidas. Desatendimos gravemente esta responsabilidad; intimidados por la fuerza del momento, cerramos los ojos y los oídos e ignoramos vuestro dolor. Decidimos que el programa de petróleo por alimentos, ese taparrabos de nuestra conciencia, bastaba para proporcionaros lo que necesitabais. Por consiguiente, fingíamos que vuestro sufrimiento no tenía nada que ver con nosotros. Nuestro antiguo aliado, vuestro dictador, fue declarado culpable exclusivo de vuestra desgracia. Quien de entre nosotros protestaba en su nombre era declarado antipatriota, un paria... era menospreciado, calumniado e, incluso, detenido. Eso era la democracia en acción.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Como es natural, no se nos escapaba que los más inocentes y los más vulnerables de entre vosotros, vuestros hijos —los dirigentes de la nación del mañana— también eran a los que se castigaba más duramente. Vuestros hijos no recibieron la educación que vosotros y nosotros hemos recibido. Impedimos deliberadamente la reparación de vuestras imprentas e, incluso, introdujimos normativa postal que impidiera que se les enviara material educativo, incluidas las partituras. Como dijo uno de vosotros, nosotros destruimos vuestra economía y pasamos a destruir vuestras mentes: una y otra vez reteníamos lo que necesitabais para potabilizar el agua y mantener los ríos limpios. El agua contaminada fue una razón fundamental por la que morían vuestros hijos. No nos importaba, no eran nuestros hijos.
Sequía, peste y epidemias se aliaron con las fuerzas de vuestro dictador y con nuestras sanciones. Podíamos haber aumentado cantidad nimia que dedicábamos a combatir esas amenazas, pero decidimos no hacerlo.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Hubo incluso un eje del mal, una alianza de gobiernos, asesores especializados, medios de comunicación y empresas que erigieron un gigantesco muro de desinformación. Contábamos al mundo que Iraq y Al Qaeda, las armas de destrucción masiva y el terrorismo, suponían una combinación letal. Centenares de toneladas de agentes químicos y biológicos, de misiles, cohetes y hordas de terroristas estaban listos para destruirnos. Existía una amenaza inminente que solo se podía evitar con un ataque preventivo. Todos aquellos que clamaban por la paz, la humanidad, la razón y la ley eran sometidos y castigados con las tácticas de «conmoción y pavor» antes de que descargáramos contra vosotros ‘la conmoción y el pavor’. Afirmábamos con cinismo que 170 burócratas de Naciones Unidas y tres helicópteros blancos no bastaban para realizar la tarea de desarmar a Iraq. Los documentos falsificados, los informes plagiados y las informaciones secretas inventadas por los servicios de inteligencia nos ayudaron a defender nuestra postura a favor de la guerra instilando el miedo entre los inocentes y convenciendo a nuestros parlamentos para que participaran.
Simulábamos preocuparnos por su soberanía y, sin embargo, en flagrante contradicción con ello establecimos zonas ilegales de exclusión aérea en vuestro país y anunciamos que nuestros pilotos realizaban allí misiones peligrosas, que ponían en peligro sus vidas por ustedes. En cambio, todo aquello se hizo sirvió para debilitarlos más y poner en peligro su vida, no las nuestras, antes de declarar la guerra.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Durante mucho tiempo, nuestros expertos en tergiversar trataron de tomarnos como rehenes mientras contemplábamos cómo la tragedia de la guerra y la ilegalidad se acercaba cada vez más a vuestras fronteras. Entre nosotros había profundas divisiones. Muchos temían por ustedes, mientras que otros no podían esperar a que empezara una guerra que se había decidido librar hacía mucho tiempo. Nuestros dirigentes tenían que distraernos de los urgentes y numerosos problemas sociales y económicos. El desalojo de su vecino de al lado era inminente. Sin el petróleo que vosotros teníais, la estrategia de dominación global no funcionaría.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Contamos a nuestros jóvenes soldados que estaban combatiendo el mal y defendiendo el bien. Los años de esfuerzo dedicados a refinar la tecnología de la muerte, y que tantos millones de dólares nos habían costado, nos daban la confianza de que las bajas se producirían en vuestro bando, no en el nuestro. Nos aseguramos de que los informes del frente de guerra nos retrataran a nosotros como héroes y a ustedes como villanos, como meras extensiones de un dictador malvado. Tal como se había previsto, la guerra más desigual de la historia no duró mucho. Nuestras nuevas armas sencillamente eran demasiado buenas. Mientras nosotros seguíamos viviendo con todas las comodidades de la paz, os veíamos sufrir el horror de la guerra.
Informar honradamente de una guerra que estaba matando a sus hijos e hijas y también a los nuestros podría haber significado el fin de la carrera de cualquier periodista.
¿Podréis perdonarnos alguna vez?
Hubo pocas flores, banderas y caras sonrientes. ¿Dónde estaban esas armas de destrucción masiva que asegurábamos que íbamos a encontrar? No padecimos ninguna culpa, ni formulamos disculpa alguna. Por desgracia para vosotros, no se redactó ningún proyecto para empezar la curación. Los vencedores son vencedores. El caos nos venía bien... pero dejamos claro que la administración del petróleo estaba salvada. Nuestras preocupaciones no eran las vuestras, muy al contrario. Observábamos y animábamos vuestra ira y vuestro odio. Sí, su dictador la merecía. Sin embargo, la codicia, tanto vuestra como nuestra, expolió nuestro patrimonio común. Vuestros museos están vacíos, vuestras bibliotecas derruidas y las universidades destruidas. Solo pervive vuestro orgullo... y nuestra culpa.